Ricardo recibió una llamada de su madre un martes por la mañana. Su tía abuela, la que le cuidaba cuando era pequeño, con la que veía todas las novelas de sobremesa y le hacía el arroz caldoso que marcó su infancia, había fallecido y como no tenía ni nietos ni más sobrinos directos, decidió dejarle a él su casa en herencia. Una gran casa en el barrio en el que se crio, llena de recuerdos y de miniaturas de barcos pesqueros que construía su tío como hobby después de jubilarse. Me traeré a casa el de Juan Sebastián el Cano, pensó.
Le hubiera encantado quedársela, reformarla y volver a su casa junto a su familia pero no era un buen momento, tenía que venderla, además el dinero le vendría muy bien para los futuros cambios que se avecinaban en su vida. En Londres tenía el trabajo de sus sueños, había encontrado por fin un piso de alquiler cuco que no le ahogaba demasiado económicamente y, lo más importante, allí estaba Claudia y su futuro hijo Pol. Decidieron ponerle Pol porque era un nombre que les parecía muy internacional, tan válido en Inglaterra como en España y en valenciano, para ser fieles a sus raíces.
Habló con Claudia a la que le faltaba sólo unos pocos meses para salir de cuentas y a la que no quería dejar sola en Londres, pero debía; pidió unos días en el trabajo y cogió un avión a casa.
Después de reunirse con toda la familia, recordar a su tía y pegarse alguna que otra comilona, porque a saber cuánto tiempo pasaría hasta que pudiera volver a probar la paella de su madre y el bracito de Fabiola de su abuela, tuvo que ir al notario a firmar la herencia.
Tenía que volver a Londres pronto, en el trabajo se habían portado muy bien y le habían alargado un poco los días de permiso, pero en pocos días ya haría casi dos semanas que se había ido y Claudia y Pol estaban esperándole.
Así que empezó a buscar por internet una inmobiliaria que le transmitiera confianza y estuviera cerca para que su madre pudiera ayudarle con los trámites si fuera necesario. Cuando la encontró, ese mismo día fue a la agencia, no tenía demasiado tiempo para comenzar todo el proceso y tenía que volver a Londres pronto. Le atendió Paloma, una agente inmobiliaria que entendió su situación al instante y se comprometió a gestionar con él todos los trámites.
Visitaron la casa. Paloma comentó que no sería complicado venderla, era grande, estaba en buenas condiciones y estaba ubicada junto a una plaza llena de terrazas y un ambiente muy familiar. Le comentó toda la documentación que necesitaba para vender el inmueble y llamó a un tasador para que tasara el valor de la casa.
Ricardo, por su parte, fue al registro de la propiedad a por el Título de la propiedad y buscó entre los cajones de su tía los últimos recibos de IBI, los pagos de la comunidad y todo lo que Paloma le dijo que le hacía falta. Firmaron el contrato de intermediación inmobiliaria para que las condiciones de venta entre Paloma y Ricardo estuviera fijadas y no hubiera ninguna sorpresa más tarde y Ricardo se volvió a Londres, con el acuerdo de que Paloma se encargaría de todo y estarían en contacto para intercambiar cualquier novedad.
No fue inmediato, pasaron algunas semanas, nació Pol y por fin, Paloma llamó a Ricardo con buenas noticias. Había encontrado una pareja interesada en la casa de su tía y tenía que volver a España a formalizar la compra.
Como Claudia estaba de baja por maternidad, decidieron ir todos juntos. Sus padres habían viajado a Londres para conocer a Pol a los pocos días de nacer, pero la mayoría de la familia todavía no lo conocía y les pareció una buena oportunidad.
La pareja interesada en comprar la vivienda le pareció encantadora. Acababan de jubilarse y estaban buscando una casa cerca del mar y sin duda él sabía que su barrio era un lugar ideal para ellos, hogareño, acogedor y muy tranquilo. Así que en seguida firmaron el contrato de arras para formalizar la preventa y los compradores pagaron la señal para reservar la casa.
Ricardo y Claudia recogieron todo y dejaron la casa a punto para la mudanza de sus nuevos inquilinos y se llevaron algunos recuerdos de los que Ricardo no quería desprenderse, como el barco de su tío, que ahora decora la habitación de Pol en Londres.
Si como Ricardo, estás pensando en vender tu casa y no sabes por dónde empezar, lo mejor es que confíes en un agente inmobiliario profesional que te ayude a gestionar todos los trámites y que, del mismo modo que hizo Paloma, encuentre al comprador ideal para tu vivienda. Contacta con JBM y te asesoraremos en la venta de tu casa.