Más allá de los tópicos, con siete kilómetros de playas y festivales de renombre internacional, Benicàssim guarda un encanto especial al margen de sus dos pilares de atractivo turístico:
Los paseos marítimos de las poblaciones costeras turísticas suelen ser bastante parecidos: top mantas, artistas callejeros y personas felices que caminan parsimoniosamente tomando yodo. Pero en Benicasim su larga línea de costa tiene una sorpresa muy agradable. Se trata de las Villas, una zona litoral en la que se alinean coloridas mansiones de inicios del siglo XX. Este es el germen de la Benicasim turística, con grandes propiedades cuyos dueños eran grandes fortunas valencianas. En su día, su fama le llevó a ganarse el sobrenombre de "el Biarritz Valenciano". Es, sin lugar a dudas, el paseo más famoso de la ciudad por este atractivo, por el subidón que provoca encontrarse joyitas arquitectónicas entre tanto ladrillo feo y toldo sesentero.
Además, tiene el aliciente de ser un lugar de experimentación estilística. Hace un siglo, las leyes urbanísticas de las grandes urbes eran excesivamente restrictivas y opresoras por lo que los magnates daban rienda suelta a sus debilidades arquitectónicas fuera de la ciudad. Es por ello que se pueden encontrar mansiones de estilo francés, colonial o incluso vasco. ¿Postmoderno? Un poquito sí casi sin saberlo ni quererlo. Hay cierto placer en asomar la nariz por las verjas y admirar sus fachadas, en soñar con vivir ahí dentro junto, por ejemplo, Scarlett Johansson y pasar los meses estivales en mansiones que cuestan entre cuatro y cinco millones de euros.
Algunas de ellas respiran historia, como es el caso de Villa Amparo, que funcionó como hospital en la Guerra Civil y que acogió a visitantes ilustres como Hemingway. Hoy por hoy lo más disfrutable de las Villas es acercarse hasta el Voramar, un hotel restaurante construido en los años 30 con el fin de albergar los saraos que se les iban de las manos (por espacio, no por precio) a los magnates. Hoy es el único edificio situado en plena playa, con las consecuentes ventajas ligadas a la buena vida.
Lo más recomendable es que en este restaurante acabe una ruta que debe de nacer en la Torre de San Vicente, un torreón defensivo del siglo XVI en cuyas inmediaciones se ha apostado por un urbanismo diferente, moderno y sorprendente con dunas de madera, luces de colores y pequeñas construcciones caóticas.
Benicasim crece en una delgada franja entre el mar y las montañas. Subiendo por éstas se llega hasta el parque natural Desierto de las Palmas. El nombre engaña y mucho. En lugar de abrirse un páramo yermo y solitario, lo que se descubre son laderas de montañas aterciopeladas de un color verde intenso. Entonces, ¿por qué se le ha dado una patada a la Wikipedia? Pues porque los únicos pobladores del lugar son los religiosos carmelitas que tienen aquí un monasterio. Esta orden mendicante tiene por costumbre llamar Santo Desierto a los lugares retirados donde rezar a gustito, lejos de todo y en paz y armonía con la naturaleza.
A nivel natural, el parque ofrece vistas espectaculares desde su punto más alto, el Bartolo; rutas entre pinos y formaciones caprichosas como las agujas de Santa Águeda. Pero quizás lo que más llame la atención sea la presencia humana, con el siempre romántico puntillo que le dan las ruinas repartidas entre los pequeños valles. Ahí descansan el esqueleto del primer monasterio, de piedra rojiza y grandes proporciones o los restos de algunos castillos de la Reconquista como el de Montornés o el de Miravet.
En el monasterio actual sorprende su museo dedicado al arte sacro donde brillan sus azulejos y ciertos cuadros religiosos y dan a conocer el modus vivendi de una orden un tanto hermética y desconocida. Pero lo que más sorprende de la vida monacal son las ermitas, pequeñas construcciones repartidas por todo el parque que se pueden alquilar para pernoctar.
A priori, el concepto de vía verde suena manido y poco original. Sin embargo, el camino que conecta por la costa Oropesa y Benicasim resulta bastante atractivo. Las viejas vías del tren han dejado paso a una ruta ideal para el cicloturismo en el que se bordean pequeñas calas y se descubren más torreones defensivo coronando los pequeños acantilados. No es una ruta para 'Induráins' de la vida, más bien para todo tipo de edades ya que la distancia es de 5 kilómetros y medio y el ambiente no es muy Pro ni el perfil exigente.
Benicasim pueblo no es una de esas bellezas eclipsadas por la fama de su costa. Pero aún así tiene algún lugar interesante por el que merece la pena dejar a un lado la vida lagartera de la playa.
- La bodega de licor Carmelitano: un espacio para visitar, degustar, comprar y conocer una bebida que comenzaron a destilar los monjes en el desierto y que ahora se ha convertido en el baluarte gastronómico del lugar.
- Darse un garbeo por la antigua estación del tren, conservada como una reliquia con algún edificio pintoresco, como el antiguo muelle de la uva, hoy reconvertido en espacio polivalente para talleres y exposiciones. Incluso funciona como residencia ocasional para artistas y músicos invitados. Y eso se nota escandalizando con sus colores y formas como lo hacían los hippies antaño.
- Benicasim tiene esa buena costumbre pueblerina de lucirse las tardes de los viernes y los sábados. Por eso, calles como la Pau, Estatut y Santo Tomás se petan de personal joven hiper arreglado