Hace algunos años, cuando Lucía comenzó a trabajar como abogada en el despacho en el que hizo las prácticas de su master y pudo empezar a afrontar gastos que hasta ese momento eran impensables, decidió que era el momento de independizarse. Al fin y al cabo, después de la carrera, los masters, los cursos de inglés y la especialización llevaba toda la vida estudiando y todavía vivía con sus padres. Ahora que por fin había encontrado un trabajo estable podía permitirse comprar casa en Castellón. Así que ¿por qué no?
Desde que lo dejó con Rubén en el último año de universidad, no había tenido ninguna otra relación, ni falta que le hacía, pensaba. Así que con un pisito pequeño cerca del trabajo con el que se le quedara una cuota de la hipoteca asequible que le permitiera algunos caprichitos, le sobraba para ella sola. Encontró pisos de segunda mano de una sola habitación y cocina americana a 10 minutos andando del despacho y le pareció perfecto. Lo compró y lo convirtió en su hogar.
Lo que Lucía no sabía en aquel momento es que hace 1 años conocería a Mario y estaría esperando un bebé. Mario y ella se las habían apañado hasta el momento en su pisito pero ahora la familia iba a crecer y los tres en la misma habitación no cabían; necesitaban un piso más grande pero para ello primero debían vender el de Lucía, era imposible afrontar los gastos de dos hipotecas y un bebé.
Lucía compró un cartel de se vende, lo colgó en el balcón con su número de teléfono y publicó algunas fotos del piso en portales inmobiliarios de internet, pero casi 6 meses después con la niña a punto de nacer todavía no había conseguido cerrar la transacción. Habían ido algunos interesados a verlo pero cuando no era por el precio, era por la ubicación, cuando no por el estado en el que se encontraba el inmueble. La verdad es que el piso ya tenía unos cuantos años y quizás el baño se había quedado un poco desfasado pero ella no lo veía tan mal y le parecía que no pedía un precio desorbitado por la venta.
Durante esos meses, Mario encontró una oportunidad muy buena cerca del barrio. El hijo de un amigo de sus padres, Lucas, se separaba de su mujer y querían vender su piso de 3 habitaciones rápido. Fueron a verlo, les gustó y lo compraron. Por eso necesitaban vender el de Lucía cuanto antes o cuando naciera su hija todavía iban a estar pagándolos los dos.
Mario se estaba desesperando y aunque Lucía era un poco más paciente, la verdad es que ya tenía ganas de acabar con todo aquello y decidieron acudir a la agencia inmobiliaria de su barrio porque estaba visto que por su cuenta no lo iban a vender rápido. Les atendió María, quién después de ir a ver el piso unos días más tarde les recomendó que siendo un piso tan pequeño, lo mejor era que lo modernizaran un poco para que la falta de tamaño se supliera con un poco de estilo y llamara la atención de los compradores. “El estado del baño es muy importante”, les dijo maría y, la verdad que una manita de pintura tampoco le vendría nada mal, pensó Lucía.
Mario y Lucía lo estuvieron hablando y haciendo números y decidieron que si eso iba a servir para por fin vender el piso, estaban dispuestos a invertir un poco de dinero en hacer una pequeña reforma.
Reformar el baño y pintar, ese era el objetivo. Estuvieron unas semanas eligiendo el estilo y los materiales para la reforma que mejor se ajustaban a sus necesidades. Colores más actuales para las paredes, revestimientos modernos para el baño, un mueble con estilo y cambiar la bañera por una ducha, lo que además haría que ganaran mucho espacio.
Cuando lo vieron todo terminado, a Lucía hasta le dio un poquito de pena no poder quedarse en su piso, pero era lo mejor para su nueva familia. Estaba a punto de ponerse de parto, en cualquier momento ya serían 3 y querían venderlo cuanto antes.
Llamaron a María, a quién le encantaron los cambios del piso; hizo algunas fotos y les dijo que en cuanto hubieran compradores interesados se pondría en contacto con ellos.
Fueron a verlo algunas parejas jóvenes, un chico separado que buscaba un pisito de nuevo soltero y una señora viuda a la que su casa de dos pisos se le había quedado un poco grande y ya no tenía el cuerpo para subir tantas escaleras. Vino con su hija y a ella le encantó y la convenció para quedárselo.
Mario tuvo que encargarse de toda la transacción porque los 9 meses de embarazo llegaron a su fin y Lucía fue mamá de una preciosa niña a la que llamaron Lola. Ahora los tres viven en su nuevo hogar y aunque Lucía recuerda su primer piso con un poquito de pena – había quedado tan bonito después de la reforma – sabía que había tomado una buena decisión.
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